Roma (Italia). Os deseo una Feliz Navidad, para que juntas llevemos el abrazo de Dios a todas las Hijas de María Auxililadora, a los jóvenes y a las jóvenes, a las familias, a todas las personas que encontremos en nuestro camino.

Es el gesto de amor más profundo que Dios haya podido inventar y derramar en el corazón de todos los hombres y mujeres del mundo. Es la explosión amorosa de Dios, que se revela en la ternura y en la pequeñez de un Niño.

San Ireneo comentó: “El Verbo de Dios puso su casa entre los hombres y se hizo Hijo del hombre, para que el hombre se acostumbrara a comprender a Dios y Dios se acostumbrara a poner su morada en el hombre, según la voluntad del Padre”.

Don Bosco y Madre Mazzarello llevaron el abrazo de Dios a muchos jóvenes, chicos y chicas, en Valdocco y Mornese. Entre las chicas de Mornese, Madre Mazzarello y las primeras hermanas se preocuparon sobre todo de las más frágiles y heridas, tocaron su corazón en el punto accesible, inventaron para ellas nuevas posibilidades de disfrutar, de pasarlo bien, de estar juntas, de encontrarse… rezar, conocer, y encontrar a Jesús.

Hoy, Dios abraza a la humanidad en cualquier punto de la tierra, abraza nuestra pequeñez y nuestros sueños. Estamos invitadas a dejarnos abrazar por Dios, a acoger su abrazo, a acoger en nuestro corazón la plenitud de Su vida, Su amor, que viene en Jesús, y acoger, con Él, la alegría de la humanidad, la esperanza, también su dolor, la búsqueda de sentido de su sueño de Paz.

Y cuando experimentemos el abrazo de Dios, -y deseo que cada una pueda hacer esta experiencia de sentirse abrazado/a-, desear llevarlo a los demás, desear ser este signo visible y concreto de la ternura de Dios.

Navidad es ponernos al lado, caminar juntas, acompañar, llevar a todos el signo de la ternura de Dios.

 

 

 

Llevemos el abrazo de Dios a los lugares donde existen conflictos y divisiones. Estamos llamados a ser, juntos, constructores/as de Paz, de comunión. La paz es un compromiso de todos los días, la paz es un don que recibimos, con Jesús, en esta Navidad; es un empeño por construirla día tras día, con la voluntad de ser artesanos de la paz; construir con palabras, gestos y pensamientos, esa paz que Jesús trae a nuestro mundo, y que, después de más de 2000 años, sigue buscando todavía.

Llevemos el abrazo de Dios a los que están implicados en la trata de seres humanos, especialmente mujeres y niños, en todo el mundo. Dirigid vuestra mirada a la multitud de niños que son raptados, heridos y asesinados en los conflictos armados; a los que transforman en soldados, robándoles su infancia.

Llevemos el abrazo de Dios a los migrantes y a los refugiados, hombres y mujeres que buscan la paz: abracemos, con espíritu de misericordia, a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a dejar su tierra por discriminaciones, persecución, pobreza y degradación ambiental... Ellos son signo de Dios, que quiere transformar la humanidad, el mal, en un bien para todos.

Estas personas son un puente que une pueblos lejanos, que hacen posible el encuentro entre culturas y religiones, un camino para redescubrir la humanidad común, para aprender a vivir la fraternidad. Quien huye de su tierra por la guerra o el hambre, es "un hermano", “una hermana”. Que Jesús nos ayude a entrar en esta nueva lógica y nos haga capaces de descubrir el don de esta realidad que está cambiando el rostro de la humanidad.

Llevemos el abrazo de Dios a los jóvenes, a todos ellos, sin excluir a ninguno. La Iglesia y el Instituto, la Familia Salesiana, desean vivamente encontrar, acompañar y cuidarse de todo joven. Más aún: en este año en que nos preparamos, con toda la Iglesia, al Sínodo sobre los jóvenes, crece este deseo de renovar nuestra vocación y cuidar las condiciones para encontrar y acompañar a los jóvenes, y también para dejarnos acompañar. Jesús ha venido para encontrar a sus hermanos, ha sido acogido por María, José, los pastores y los Magos... pero también ha venido para acompañar.

¡Cuántos jóvenes encontraron una casa en Madre Mazzarello y Don Bosco! Y siguen encontrando hoy, en cualquier parte del mundo, ¡la alegría de vivir con sentido y esperanza!

En el XXIII Capítulo General, los jóvenes nos dijeron: “No nos deis una casa acabada, dadnos la posibilidad de construirla juntos”. ¡Qué hermoso! La casa quiere decir construir una familia, junto con los jóvenes, los colaboradores y colaboradoras, con muchas familias, junto con toda la Familia salesiana. Una familia en la que nadie se sienta excluido.

Del abrazo de Dios a todas las personas, nace la vida nueva, la vida verdadera que engendra paz, proximidad y esperanza, nace la alegría.

¡Navidad es promesa de vida buena para todos!

Y todos, cada uno de nosotros, puede colaborar en ser promesa de vida buena para todos. Jesús viene para enseñarnos a ser esta promesa, nos anima y nos muestra el camino.

Renuevo mis deseos de Feliz Navidad a las queridísimas hermanas Hijas de María Auxiliadora, a los jóvenes y a las jóvenes, a los seglares que colaboran en la misión, a la Familia Salesiana, al Rector Mayor, Don Ángel Fernández Artime, a los salesianos, a cada grupo de la Familia Salesiana y a todas las familias.

Agradezco las numerosos felicitaciones recibidas, agradecimiento acompañado de mi oración, confiando a cada uno y cada una a Jesús, que viene en esta Navidad.

¡Cómo deseo que en todo el mundo podamos salir de nosotros mismos y nosotras mismas, para anunciar esta Buena Noticia! Que Jesús nos ayude a encontrar el modo de anunciar, de ser creíbles, de encontrar el lenguaje adecuado para hacer comprender que esta promesa de vida nueva, se actualiza hoy. Una señal es la relación que transmite fraternidad, amistad, amor y cercanía.

¡Feliz Navidad y Buen Año 2018!

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