Comentario al Evangelio del domingo, 15 de julio de 2018

      El Evangelio de hoy nos cuenta cómo Jesús envió a los discípulos de dos en dos a predicar la conversión y le dio autoridad sobre los espíritus que esclavizaban y oprimían a los hombres y mujeres de aquel tiempo. Les pidió que fueran con lo justo para el camino. Apenas un bastón y nada más. Lo más importante era el mensaje que llevarían.

      Esa misión, que comenzó en tiempos de Jesús, sigue hoy en marcha. En estos veinte siglos en la Iglesia siempre ha habido hombres y mujeres dispuestos a salir de su tierra, llevando apenas un bastón, dejando atrás seguridad y comodidades, para ir a anunciar el Evangelio. Estos misioneros no siempre han sido bien recibidos. Algunos han muerto de forma violenta. Pero otros muchos fueron acogidos con el corazón abierto y en los países que les recibieron desgastaron su vida al servicio de sus habitantes, educaron a sus hijos, cuidaron a sus enfermos, liberaron a los oprimidos y dieron alegría a los tristes. 

      Así los misioneros y misioneras han hecho y hacen presente en muchos lugares el Reino de Dios. Hacen muchas cosas y muy diferentes, pero en todo lo que hacen llevan siempre un mensaje único: que Dios nos ha bendecido en Cristo con toda clase de gracias, que en él nos ha elegido para que seamos santos en el amor, que nos ha destinado a que seamos sus hijos, que en él nos ha perdonado todos nuestros pecados. La voluntad de Dios consiste en reunir a todos en Cristo, en hacer de todos nosotros una sola familia. Ése es el mensaje que los misioneros y misioneras llevan no sólo a los lugares lejanos sino también a los más cercanos. Porque aquí, cerca de nosotros, a veces en nuestras mismas familias o casas, hay personas que desconocen ese mensaje de salvación, que se dejan llevar por la tristeza y la falta de esperanza.

      Las lecturas de este domingo nos enseñan que la misión de la Iglesia no afecta sólo a los misioneros y misioneras que dejan su país de origen y se van a países lejanos. Toda la comunidad cristiana, cada uno de los que la forman, debe ser misionera. Todos somos responsables de llevar el anuncio del amor de Dios, del perdón de los pecados, del Reino de salvación a los que no lo conocen, a los que viven sin esperanza. No hace falta saber idiomas ni hacer largos estudios. Basta con vivir siendo testigos del amor de Dios, del amor con que Dios nos ama y regalar ese amor a los que viven con nosotros. Si así vivimos, descubriremos con sorpresa como echaremos a muchos “demonios” que oprimen la vida de las personas que nos rodean.

Para la reflexión

      ¿Crees que hay personas cerca de ti que desconocen el mensaje de la salvación que Jesús nos ofrece? ¿Qué significa en concreto ser testigos del amor de Dios para esas personas? ¿Que actitudes deberíamos tener y que acciones deberíamos realizar para ser testigos de ese amor ante ellos?

Fernando Torres cmf

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